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La noche se había calentado entre los cuatro. Primero fue una cena pícara, llena de comentarios picantes con doble intención. Luego decidimos ir hasta un local liberal a tomar una copa. Era el día de mi cumpleaños por lo que queríamos celebrarlo a lo grande. Allí nos esperaba una tarta de nata y chocolate servida con un cálido beso de la dueña. Tomamos unas copas, nos abrazamos, nos besamos. Mientras estábamos en los sofás las chicas cambiaron de sitio. Nos besamos y acariciamos de forma sensual observando a nuestras parejas respectivas besando unos labios ajenos.

Entonces, decidimos cumplir una de nuestras fantasías aprovechando que no había gente en la piscina. Nos desnudamos y los cuatro nos sumergimos en el agua caliente, tanto como nosotros. Yo estaba apoyado en la esquina de la piscina mientras Mari, delante de mí, dejaba que le acariciara sus grandes pechos mojados. María se acercó a nosotros y empezó a besar primero a Mari y luego a mí. Los tres nos fundimos en un gran abrazo y cruce de labios perversos. Las manos exploraban nuestros cuerpos por debajo del agua, mientras sonreíamos a los curiosos que entraban en el cuarto. Cuando María se separó para fundirse en un abrazo de pasión con su chico, cogí a Mari de la cintura y la empujé contra el borde de la piscina. Le besé el cuello, separé sus piernas y le agarré las muñecas separando sus brazos, de manera que estuviera indefensa y fuese toda mía. Mis labios recorrieron su oreja y sus mejillas, hasta comerle literalmente la lengua. Estábamos muy pegados, de manera que ella sentía lo cachondo que me estaba poniendo. Tanto, que la penetré de forma violenta haciendo que lanzase un gemido de placer. El agua chapoteaba a cada embiste de mi cuerpo, mientras ella se sentía totalmente poseída por mí, dejando su cuerpo en mis manos, totalmente rendida. Cuando más caliente estaba me separé un poco para darle la vuelta y así poder penetrarla por detrás. Sus gemidos eran cada vez más altos. Yo sentía un gran placer notando como mis huevos surcaban con suavidad el agua, como navegando, mientras penetraba a mi chica cada vez con más fuerza. Ell estaba con las manos agarrando el bordillo mientras una y otra vez sentía mi dureza en su interior, que confundía su humedad con el agua de la piscina.

No nos importaban las miradas curiosas, sólo seguíamos calentando la temperatura corporal, mientras sentíamos el placer del agua en nuestros cuerpos aliviando el sudor que nos recorría. Al mismo tiempo que mi última embestida hizo que un gran chorro de agua se desplazase fuera de la piscina, nos corrimos ambos entre gemidos convulsos, reflejo de un gran placer.

Nos abrazamos, completamente mojados, por dentro y por fuera. Había sido una experiencia fantástica. Ahora quedaba achicar el agua del cuerpo de Mari...

Juan