La Ribeira Sacra - 1ª parte

El fin de semana estaba siendo estupendo. Nos merecíamos un descanso. Unos días para nosotros solos. El lugar elegido era perfecto. Un antiguo monasterio convertido en Parador, en un entorno bucólico y tranquilo. Aunque el olor a dinero y el toque refinado nos hacían sentir un poco descolocados, lo cierto es que nos centramos en nosotros mismos aislándonos del entorno social. Hacía tiempo que deseábamos buscar tiempo para nosotros. Acurrucar nuestros corazones y conquistarnos una vez más uno a otro. Además, el sexo entre nosotros se vio especialmente estimulado por la situación, la tranquilidad y el sentimiento. El primer día disfrutamos de una cena romántica, en un salón sumamente acogedor, con decoración gótica, música ambiental suave, servicio perfecto y platos exquisitos. Durante la cena charlamos animadamente y de forma abierta tanto de nuestros sentimientos como de todas nuestras fantasías eróticas y perversiones varias. La excitación creció durante la cena, de manera que ya en la habitación dimos rienda suelta a un sexo desinhibido y apasionado. Mari me masturbó de una forma suave y muy sensual, disfrutando de cada pliegue de mi miembro, que estuvo durante un buen rato a punto de explotar. Nuestra conversación era abierta y explosiva a la vez, rayando en el lenguaje más soez y perverso. Yo le iba dirigiendo al mismo tiempo en aquellas caricias que me provocaban más placer, de manera que cuando llegué al orgasmo casi me vuelvo loco y la erección duró un buen rato. Practicamos también el sexo anal sin ningún tipo de inhibición. Es algo que nos encanta a los dos. Al día siguiente fuimos a dar un paseo por la Riberia Sacra. El día era precioso, con un sol radiante, que daba un aspecto mágico al frondoso bosque que se avalanzaba sobre la estrecha carretera que rodea los cañones del sil. El paisaje desde lo alto del camino es impresionante. Se puede observar cómo los ríos Sil y Miño han surcado un profundo cañón por donde fluyen calmadas y sinuosas las aguas, entre unos desfiladeros abruptos y escarpados. Cuenta la leyenda que el dios Júpiter, se vio prendado de la hermosura de la tierra gallega, y para poseerla, la atravesó con un río, el Miño. Pero su esposa, la diosa Juno, no estaba por la labor de compartir su amor con una extraña, por lo que pensó que, si en la faz de aquella hermosa tierra abría una gran herida, Júpiter terminaría por repudiarla.

En el camino hay varios miradores para observar de forma privilegiada esa vista tan bella. El más conocido es el mirador de los balcones de Madrid, lugar elegido por las esposas para despedir a sus maridos que se dirigían a diversos lugares de España a vender sus barquillos, aunque para ellas todo era irse a Madrid. Pero nosotros nos detuvimos en otro mirador, menos popular y más escondido en su acceso. Allí hicimos realidad otra de nuestras fantasías. El mirador estaba situado en un alto. Desde allí se divisaba tanto los cañones como el resto de bosque que rodea la carretera. De hecho ese punto es fácilmente visible desde casi todos los lugares cercanos.

Eso nos dio morbo. Le dije a Mari que se levantara la camisa y el sujetador y con el abrigo abierto en una pose sugerente le hice varias fotos. Estaba preciosa y muy sexy. Tras las fotos, nos empezamos a besar. Besos cada vez más apasionados, con unas manos inquietas que buscaban el placer de las caricias prohibidas. Allí en lo alto, de pie, le bajé el pantalón a Mari y empecé a follarla. Estabas muy excitados, por la posibilidad de ser vistos, de ser descubiertos. Por la incertidumbre de si alguien nos estaría viendo. Al poco decidimos cambiar de postura. Esta vez me senté en una roca y Mari fue la que me folló de espaldas a mí. Hummm qué rico, aún lo recuerdo.

Cualquiera podía vernos. Eso nos excitaba, pero estábamos tan calientes que decidimos buscar un pequeño hueco donde se nos viera menos. Allí nos desnudamos de cintura para abajo. Mari se inclinó hacia delante ofreciéndome su maravilloso trasero. La penetré con ansiedad y firmeza y comencé a follarla en medio de una gran excitación. El olor a hierba y la brisa acariciando nuestro rostro nos creó una sensación única de libertad. Veía el sinuoso culo de Mari moviéndose en busca del último centímetro de mi polla, mientras la penetraba una y otra vez y me parecía una visión maravillosa. Estaba como flotando en una nube, con la excitación de sentirme libre y transgresor al mismo tiempo. Y el peligro de ser vistos o peor, pillados in fraganti, le daba una mezcla explosiva de morbo y sensualidad.

Me corrí entre el eco de mis gemidos resonando en medio de los cañones, como un hombre lobo, libre y salvaje.

Nos fundimos en un gran abrazo y, entre lágrimas, nos dijimos que nos amábamos. Es un recuerdo para siempre y una fantasía más cumplida.

Juan